domingo, 25 de diciembre de 2011

Máximas


FRANÇOIS DE LA ROCHEFOUCAULD.

MÁXIMAS.

Se necesitan virtudes más grandes para soportar la prosperidad que la suerte adversa (25)

El mal que hacemos no nos atrae tanta persecución y tanto odio como nuestras buenas cualidades (29)

Si no tuviéramos defectos no sentiríamos tanto placer descubriendo los de los demás (31)

La verdad hace menos bien en el mundo que mal hacen sus apariencias (64)

No hay disfraz que pueda durante mucho tiempo ocultar el amor donde está, ni fingirlo donde no está (70)

Si juzgamos al amor por la mayoría de sus efectos se parece más al odio que a la amistad (72)

Los viejos gustan de dar buenos consejos para consolarse de no estar ya en condiciones de dar malos ejemplos (93)

Para conocer bien las cosas hay que conocer sus pormenores, y como estos son casi infinitos, nuestro saber es siempre superficial e imperfecto (106)

Cuando más se ama a una mujer más cerca se está de odiarla (111)

Nunca somos tan ridículos por las cualidades que tenemos como por las que simulamos tener (134)

Se prefiere hablar mal de uno mismo a no decir nada de nosotros (138)

La adulación es una falsa moneda que sólo circula gracias a nuestra vanidad (158)

Los vicios entran en la composición de las virtudes como los venenos en la composición de las medicinas: la prudencia los junta y los atempera (182)

Es una gran inteligencia saber ocultar su inteligencia (245)

Por mucho que nos elogien, no conseguirán sorprendernos (303)

En los celos hay más amor propio que amor (324)

Las únicas personas que nos parecen sensatas son las que opinan como nosotros (347)

La mayor parte de las mujeres honestas son tesoros escondidos que sólo están seguros porque nadie los busca (368)

El deseo de hablar de nosotros mismos y de mostrar nuestros defectos tal como queremos que los demás los vean, representa una gran parte de nuestra sinceridad (383)

En la amistad, como en el amor, a menudo se es más feliz por las cosas que se ignoran que por las que se saben (441)

La timidez es un defecto que es peligroso reprender en las personas a las que se quiere corregir (480)

La pompa en los entierros tiene más que ver con la vanidad de los vivos que con el honor de los muertos (612)

Los celos se alimentan de dudas, y se convierten en furor o se extinguen cuando pasamos de la duda a la certidumbre (32)

Si no tuviéramos orgullo no nos quejaríamos del de los demás (34)

El orgullo es igual en todos los hombres, sólo varían los medios y la manera de manifestarlos (35)

El amor, igual que el fuego, no puede subsistir sin un movimiento continuo, y se extingue cuando se deja de esperar o de temer (75)

El silencio es lo más seguro para quien desconfía de sí mismo (79)

Todo el mundo se queja de su memoria, pero nadie de su inteligencia (89)

Es tan fácil engañarse a uno mismo sin darse cuenta como difícil engañar a los demás sin que se den cuenta (115)

La manera más segura de ser engañados es creernos más astutos que los demás (127)

Por lo común sólo se elogia para ser elogiado (146)

Rechazar elogios es un deseo de ser elogiado dos veces (149)

El mundo recompensa más a menudo las apariencias de mérito que el mérito mismo (166)

Nos resulta fácil olvidar nuestras culpas cuando somos los únicos en conocerlas (196)

Hay personas a quienes los defecto sientan bien y otras a quienes afean sus buenas cualidades (251)

La ausencia disminuye las pasiones menguadas y aumenta las grandes, del mismo modo que el viento apaga las velas y aviva el fuego (276)

Hay malvados que serían menos peligrosos si no tuvieran ni pizca de bondad (284)

Es imposible amar lo que verdaderamente se dejó de amar (286)

Siempre amamos a quienes nos admiran, aunque no siempre amemos a quienes admiramos (294)

Es difícil amar a quienes no estimamos, pero aún lo es más amar a quienes estimamos mucho más que a nosotros (296)

La causa de que los enamorados no se aburran nunca de estar juntos es la de que siempre hablan de sí mismos (312)

Las personas débiles no pueden ser sinceras (316)

En las cosas de amor, el engaño llega casi siempre más lejos que la desconfianza (335)

Los celos siempre nacen con el amor, pero no siempre mueren con él (361)

Hay pocas mujeres honestas que no estén cansadas de su oficio (367)

Elogiar de buena gana una acción noble, en cierto modo, es casi participar en ella (432)

viernes, 23 de diciembre de 2011

Ofelia



(ACTO III. ESCENA I)

HAMLET.- Ser o no ser: ésta es la cuestión; si es más noble sufrir en el ánimo los golpes y dardos de la insultante Fortuna, o alzarse en armas contra un mar de agitaciones, y, enfrentándose con ellas, acabarlas; morir, dormir, nada más, y, con un sueño, decir que acabamos el sufrimiento del corazón y los mil golpes naturales que son herencia de la carne. Esa es una consumación piadosamente deseable: morir, dormir, ¡tal vez soñar!; sí, ahí está el tropiezo, pues tiene que preocuparnos qué sueños podrán llegar en ese sueño de la muerte, cuando nos hallamos desenredado de este embrollo de la vida. Esa es la consideración que da tan larga vida al infortunio; pues ¿quién soportaría los latigazos y los insultos del tiempo, el agravio del opresor, la burla del orgulloso, los espasmos del amor despreciado, la tardanza de la justicia, las insolencias de los que mandan y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple puñal? ¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si no temiera algo después de la muerte, el país sin descubrir, de cuyos confines no vuelve ningún viajero, que desconcierta nuestra voluntad y nos impulsa a soportar aquellos males que nos afligen antes que lanzarnos a otros que desconocemos? Así, la conciencia nos hace a todos cobardes, y el motivo de nuestra resolución queda debilitado por la pálida cobertura de nuestro pensamiento, y las empresas de gran aliento y empuje tuercen su curso y pierden el nombre de acción... Pero, ¡silencio! ¡La hermosa Ofelia! ¡Ninfa, acuérdate en tus oraciones de mis pecados!
OFELIA.- Mi buen señor, ¿cómo ha estado Vuestra Alteza después de tantos días?
HAMLET.- Mis más humildes gracias: bien, bien, bien.
OFELIA.- Señor, conservo de vos algunos recuerdos que hace tiempo deseaba devolveros. Os ruego que los recibáis ahora.
HAMLET.- No, no: nunca os he dado nada.
OFELIA.- Mil ilustre señor, sé muy bien que sí me los disteis y, con ellos, palabras de tan dulce aliento que los hacían muchos más preciosos. Perdido su perfume, tomadlos otra vez, pues para un corazón noble los más ricos dones se tornan mezquinos cuando ya el donador se muestra poco amable. Aquí están, señor.
HAMLET.- ¡Ah! ¡Ah! ¿Sois honesta?
OFELIA.- ¡Señor!
HAMLET.- ¿Sois bella?
OFELIA.- ¿Qué quiere decir Vuestra Alteza?
HAMLET.- Que si sois honesta y bella, vuestra honestidad no debería admitir trato con vuestra belleza.
OFELIA.- Señor ¿podría la belleza tener mejor trato que con la honestidad?
HAMLET.- Sí, de veras: porque la fuerza de la belleza transformará a la honradez, antes que la fuerza de la honestidad pueda convertir a la belleza a su semejanza. En otro tiempo esto fue una paradoja, pero ahora es cosa probada. Yo os amaba antes, Ofelia.
OFELIA.- En verdad, señor, así me lo hicisteis creer.
HAMLET.- Pues no deberías haberme creído, pues la virtud no puede injertarse en nuestro antiguo tronco sin que conservemos el sabor de éste. ¡Yo no os amaba!
OFELIA.- Tanto mayor ha sido mi decepción.
HAMLET.- ¡Vete a un convento! ¿Por qué habrías de ser madre de pecadores? Yo mismo soy medianamente honrado y, sin embargo, de tales cosas podría acusarme, que más me valiera que mi madre no me hubiese echado al mundo. Soy soberbio, ambicioso, vengativo, con más pecados sobre mi cabeza que pensamientos para combatirlos, fantasías para darles forma o tiempo para llevarlos a ejecución. ¿Por qué han de existir individuos como yo para arrastrarse entre los cielos y la tierra? Todos somos unos bribones rematados; no te fíes de ninguno de nosotros. ¡Vete, vete a un convento!... ¿Dónde está tu padre?
OFELIA.- En casa, señor.
HAMLET.- Pues que le cierren bien las puertas, para que no haga en ninguna parte el bobo sino en su propia casa. ¡Adiós! [...] También he oído hablar, y mucho, de vuestros afeites. La Naturaleza os dio una cara, y vosotras os fabricáis otra distinta. Andáis dando saltitos, os contoneáis, habláis ceceando, y motejáis a todo ser viviente, haciendo pasar vuestra liviandad por candidez. ¡Vete, ya estoy harto de eso; eso es lo que me ha vuelto loco! Te lo digo, se acabaron los casamientos. Aquellos que ya están casados, vivirán todos, menos uno. Los demás quedarán como ahora. ¡Al convento, vete!

Romeo y Julieta


(Salón en casa de Capuleto. Entran Lady Capuleto y la Nodriza).
Lady Cap.- Nodriza, ¿dónde está mi hija? Llámala que venga.
Nod.- ¡Pues por mi doncellez a los doce años, que la he mandado venir! ¡Eh, cordera!... ¡Eh, pimpollo!... ¡No quiera Dios!... ¿Dónde está esa muchacha? ¡Eh, Julieta!
Jul.- ¡Ya, ya! ¿Quién me llama?
Nod.- Vuestra madre.
Lady Cap.- El asunto es éste... Déjanos solas un momento, nodriza; tenemos que hablar en secreto... ¡Vuelve acá, nodriza! Lo he pensado mejor; debes oír nuestra plática. Ya sabes que mi hija está en una edad razonable.
Nod.- ¡Por mi fe! Puedo decir su edad sin equivocarme una hora.
Lady Cap.- Todavía no ha cumplido los catorce.
Nod.- Apostaría catorce de mis dientes (aunque, con sentimiento lo digo, no tengo sino cuatro) a que, en efecto, no ha cumplido los catorce. ¿Cuánto falta para la Fiesta del Pan?
Lady Cap.- Poco más de dos semanas.
Nod.- Pues, pares o nones, de todos los días del año, la víspera de la fiesta, por la noche, cumplirá los catorce. Susana y ella (¡Dios ampare las almas de todos los cristianos!) tenían una misma edad. Bien. Susana está con Dios; era demasiado buena para mí... Pero, como digo, la víspera de la Fiesta, por la noche, cumplirá los catorce. A fe que sí. Lo recuerdo bien. Del terremoto hace ahora once años, y entonces fue destetada... Nunca lo olvidaré... De todos los días del año, fue justamente aquél. Porque yo me habían untado antes los pezones con ajenjo, y me hallaba sentada al sol, bajo la pared del palomar. Mi señor y vos estabais a la sazón en Mantua. ¡Que si tengo yo un cerebro!... Pues, como decía, cuando probó el ajenjo del pezón de mi pecho y lo encontró amargo, ¡preciosa tontuela! Era de ver su enojo y cómo se enfadó con él. A todo esto, comenzó a crujir el palomar. No fue preciso, os aseguro, rogarme que me pusiera en salvo. Y desde aquel tiempo hace once años, porque entonces podía tenerse solita en pie; ¡qué digo!, por mi palabra, podía ya correr y tropezar por todas partes, pues precisamente el día anterior se hirió en la frente. Y entonces mi marido (¡que en gloria esté!), que era hombre jovial, levantó a la chiquilla y le dijo: “Vaya, ¿te caes de bruces? Cuando tengas más juicio te caerás de espaldas. ¿No es verdad, Julia?”. Y, por Nuestra Señora, la linda picaruela dejó de llorar inmediatamente y exclamó: “Sí” ¡A ver ahora si una broma va a llegar a veras! Mil años que yo viviese, os aseguro que no lo olvidaría. “No es verdad, Julia?”, dijo él; y la linda chicuela se reprimió, y dijo: “Sí”.
Lady Cap.- Basta de eso. Por favor, cállate.
Nodriza.- Sí, señora; pero no puedo menos de reírme al pensar que cesó de llorar, y dijo : “sí”, y en que, os lo garantizo, tenía un chichón en la frente tan grueso como un huevo de gallipollo; un golpe formidable; y ella lloraba desoladamente. “Vaya -dijo mi marido-, ¿te caes de bruces? Cuando seas mayor te caerás de espaldas. ¿No es verdad, Julia?” Y ella se reprimió, y dijo: “Sí”.
Jul.- Y reprímete tú también, por favor, nodriza, te digo.
(Romeo y Julieta; acto I, escena III)