La torre de la iglesia, como un
índice
de piedra, al pueblecillo sermonea
sentenciosa. Enrojece de ladrillos.
Lleva al cuello el collar de las
campanas.
La coronan dos nidos de cigüeñas. [5]
Y un sinfín de vencejos y
cernícalos
ocupan cicatrices con que el tiempo
le acribilla la piel. En los
disantos
trepan hasta su alta arboladura
dos grumetes llamados monaguillos [10]
para hacerla cantar con voz de
bronce.
Antaño, a su reclamo, los rebaños
de las casas humildes acudían
para oír al pastor que, desde el
púlpito,
les hablaba del cielo (y del infierno).
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