viernes, 23 de diciembre de 2011

Romeo y Julieta


(Salón en casa de Capuleto. Entran Lady Capuleto y la Nodriza).
Lady Cap.- Nodriza, ¿dónde está mi hija? Llámala que venga.
Nod.- ¡Pues por mi doncellez a los doce años, que la he mandado venir! ¡Eh, cordera!... ¡Eh, pimpollo!... ¡No quiera Dios!... ¿Dónde está esa muchacha? ¡Eh, Julieta!
Jul.- ¡Ya, ya! ¿Quién me llama?
Nod.- Vuestra madre.
Lady Cap.- El asunto es éste... Déjanos solas un momento, nodriza; tenemos que hablar en secreto... ¡Vuelve acá, nodriza! Lo he pensado mejor; debes oír nuestra plática. Ya sabes que mi hija está en una edad razonable.
Nod.- ¡Por mi fe! Puedo decir su edad sin equivocarme una hora.
Lady Cap.- Todavía no ha cumplido los catorce.
Nod.- Apostaría catorce de mis dientes (aunque, con sentimiento lo digo, no tengo sino cuatro) a que, en efecto, no ha cumplido los catorce. ¿Cuánto falta para la Fiesta del Pan?
Lady Cap.- Poco más de dos semanas.
Nod.- Pues, pares o nones, de todos los días del año, la víspera de la fiesta, por la noche, cumplirá los catorce. Susana y ella (¡Dios ampare las almas de todos los cristianos!) tenían una misma edad. Bien. Susana está con Dios; era demasiado buena para mí... Pero, como digo, la víspera de la Fiesta, por la noche, cumplirá los catorce. A fe que sí. Lo recuerdo bien. Del terremoto hace ahora once años, y entonces fue destetada... Nunca lo olvidaré... De todos los días del año, fue justamente aquél. Porque yo me habían untado antes los pezones con ajenjo, y me hallaba sentada al sol, bajo la pared del palomar. Mi señor y vos estabais a la sazón en Mantua. ¡Que si tengo yo un cerebro!... Pues, como decía, cuando probó el ajenjo del pezón de mi pecho y lo encontró amargo, ¡preciosa tontuela! Era de ver su enojo y cómo se enfadó con él. A todo esto, comenzó a crujir el palomar. No fue preciso, os aseguro, rogarme que me pusiera en salvo. Y desde aquel tiempo hace once años, porque entonces podía tenerse solita en pie; ¡qué digo!, por mi palabra, podía ya correr y tropezar por todas partes, pues precisamente el día anterior se hirió en la frente. Y entonces mi marido (¡que en gloria esté!), que era hombre jovial, levantó a la chiquilla y le dijo: “Vaya, ¿te caes de bruces? Cuando tengas más juicio te caerás de espaldas. ¿No es verdad, Julia?”. Y, por Nuestra Señora, la linda picaruela dejó de llorar inmediatamente y exclamó: “Sí” ¡A ver ahora si una broma va a llegar a veras! Mil años que yo viviese, os aseguro que no lo olvidaría. “No es verdad, Julia?”, dijo él; y la linda chicuela se reprimió, y dijo: “Sí”.
Lady Cap.- Basta de eso. Por favor, cállate.
Nodriza.- Sí, señora; pero no puedo menos de reírme al pensar que cesó de llorar, y dijo : “sí”, y en que, os lo garantizo, tenía un chichón en la frente tan grueso como un huevo de gallipollo; un golpe formidable; y ella lloraba desoladamente. “Vaya -dijo mi marido-, ¿te caes de bruces? Cuando seas mayor te caerás de espaldas. ¿No es verdad, Julia?” Y ella se reprimió, y dijo: “Sí”.
Jul.- Y reprímete tú también, por favor, nodriza, te digo.
(Romeo y Julieta; acto I, escena III)

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