A Dafne ya los brazos le
crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.
De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.
De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!
(Garcilaso)
Sicilia,
en cuanto oculta, en cuanto ofrece,
Copa es
de Baco, huerto de Pomona:
Tanto
de frutas ésta la enriquece,
Cuanto
aquél de racimos la corona.
En
carro que estival trillo parece,
A sus
campañas Ceres no perdona,
De
cuyas siempre fértiles espigas
Las
provincias de Europa son hormigas.
A Pales
su viciosa cumbre debe
Lo que
a Ceres, y aún más, su vega llana;
Pues si
en la una granos de oro llueve,
Copos
nieva en la otra mil de lana.
De
cuantos siegan oro, esquilan nieve,
O en
pipas guardan la exprimida grana,
Bien
sea religión, bien amor sea,
Deidad,
aunque sin templo, es Galatea.
«¡Oh
bella Galatea, más süave
Que los
claveles que tronchó la aurora;
Blanca
más que las plumas de aquel ave
Que
dulce muere y en las aguas mora;
Igual
en pompa al pájaro que, grave,
Su
manto azul de tantos ojos dora
Cuantas
el celestial zafiro estrellas!
¡Oh tú,
que en dos incluyes las más bellas!
(L. de
Góngora)
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